En mayúscula. Sí.
A veces la Vida es tan bonita y simple…
Ayer mi vecina me hizo un regalo inmenso.
Uno de esos que en el momento, por la sorpresa que suponen, no valoras hasta que pasa un rato y tomas conciencia plena.
Al tema… Paso a intentar describir la escena.
Me va a resultar difícil hacerte visualizar el momento porque su sencillez hace que sea casi imposible transmitirte la magia vivida.
Así que eliminaré todo los detalles que hoy considero innecesarios compartir e iré a lo sustancial.
Fue ayer. Justo en el momento en el que salía camino a comenzar el habitual viaje mensual a Madrid en tren.
Esta vez necesitaba que me llevara a la estación.
¿Quién? Una mujer a la que he querido y amado cada día desde hace casi veintisiete años.
La misma con la quien compartí el aún hoy día más feliz de mi vida hace algo más de nueve años, mi boda.
Y salí de nuestra casa a la calle el primero, quizás algo apresurado.
Esas prisas hicieron que, por ella estar ocupada cerrando la puerta, cogiera algo de distancia física, quizás unos tres o cuatro metros, no más de cinco.
En el día a día que todos vamos a diez mil millones de revoluciones, con nuestras historias y algunas de los demás, sin demasiado tiempo para mirar y pensar.
El tiempo con frecuencia es caprichoso, otras sabio.
Serían un par de segundos, no llegarían a tres.
El suficiente para que nacieran una ganas enormes que florecieron cuando se giró para emprender el camino andando y le ví la cara.
Tan simple el gesto como el que te acabo de describir, sin más ni menos.
Miré su cara, la misma que he visto muchos días y muchas noches, miles en mi vida, y que aspiro a ver aún más todavía, y me surgió el deseo natural de acercarme…
Acercarme y besarla, sin más, ni menos.
Fue un beso intenso y rápido a la vez en los labios.
Y aquí fue cuando sucedió lo inesperado…
Mi vecina, con la que casi no tengo más trato que saludos típicos y felicitaciones tradicionales navideñas. Gritó desde 20 metros: «Qué bonito! No hay nada más bonito que el AMOR. Sin AMOR no hay nada…»
Y nos reímos, por la naturalidad y realidad encerrada en esas pocas palabras.
Claro que sí.
Muchas ocasiones se habla en el mundo del marketing y de los negocios de «poner en valor», de «aportar valor» y se ve como algo complicado y complejo.
Pues a veces sí, pero otras no.
Fíjate qué fácil fue para ella hacerlo.
Convertir un momento que por natural se trivializa con terrible frecuencia.
Y mi vecina me, bueno nos, regaló, la oportunidad de abrir los ojos a una realidad: lo suertudos que somos.
Nos regaló una fotografía del valor que disfrutamos en nuestro día a día, tomando para ella una copia que le aportó algo de alegría para su día.
Estoy seguro que fue así por la luz que ví en su cara mientras decía esas pocas palabras.
Porque compartir lo que uno piensa a veces regala a los demás momentos de reflexión, a veces… es imposible que sea siempre, porque cada cual tiene sus circunstancias y lo recibe como quiere y puede, pero casi siempre te genera de vuelta tanto o más como lo que regalas.
Hoy este es mi regalo, para ti y para ella.
TE QUIERO.
Hasta mañana, A DISFRUTAR.
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